sábado, mayo 15, 2010

¿Los nombres importan?


La verdad no sé. Yo los hubiera obviado.

La madrugada del viernes 14 de mayo el guardia del motel El Edén halló a dos parejas, muertas, en el interior de una habitación. Habían ingresado cerca de las dos y media de la mañana, los cuatro al mismo cuarto.

Se deduce, por las evidencias halladas, que para ambientar su estadía colocaron música directamente del equipo del vehículo, cuyo motor estaba en marcha a la hora del hallazgo: seis y treinta de la mañana. Las autopsias determinaron la causa de las muertes: asfixia por inhalación de monóxido de carbono.

La noticia llamó la atención más que la visita del presidente Rafael Correa a la conventual Cuenca. Gran despliegue de medios. Se abundó en los detalles, pero no en los importantes. Brotaron los moralismos.

“Los dos varones habían sido casados, y las chichas eran del Oriente”, fue el comentario con el que arrancó la conversación instalada tras la pregunta ¿se enteraron de los muertos del motel?, en un curso al que asistí como capacitador, la mañana del sábado.

Antes, había revisado la nota en todos los diarios locales y nacionales para ver el tratamiento, con una preocupación básica: ¿incluirían las identidades de las víctimas?

La preocupación me nació la tarde del viernes, cuando en un noticiero de radio identificaron a los fallecidos y envié un mensaje al locutor inquiriendo si era necesario dar las identidades: “desde mi punto de vista sí…considero que son mayores de edad y sabían lo que hacían”, fue la respuesta.

Esa misma tarde, en el vespertino de la ciudad circuló la noticia con los nombres de las víctimas. “Puse los nombres porque ya están muertos”, respondió el director del medio a un fotógrafo que hizo la misma pregunta.

La mañana del sábado los diarios El Tiempo, El Comercio, El Universo incluían las identidades.

Solamente El Mercurio los obviaba:
“Los fallecidos fueron identificados como: Nancy Gabriela F., María Soledad P., Miguel Fernando C., y Félix Armando L. Sus edades oscilan entre los 21 y 25 años”.

¿Vale la pena desvelarse por este detalle?
Definitivamente sí.

En la conventual Cuenca los moteles son considerados como lugares sucios, repugnantes, refugio de los amores infieles. Lo verifiqué cuando propusimos un tema a propósito del 14 de febrero, Día del Amor, (allí se hace el amor, y según un sexólogo amigo, en estos lugares se han salvado muchos matrimonios) y nos cayó una avalancha de críticas, incluso dentro del mismo diario.

En la memoria colectiva de los cuencanos, según lo he confirmado en las charlas que sobre este tema he tenido con personas de varios estratos, se ha fijado un estigma sobre los cuatro jóvenes que escuchaban música y tomaban cerveza dentro de una habitación, mientras el escape de su vehículo les ofrecía una muerte lenta: traicioneros, ellos; mujeres fáciles, ellas.

¿Y lo realmente importante?
¿Y las explicaciones sobre cómo actúa el monóxido de carbono en el organismo? ¿La investigación sobre los sistemas de ventilación que deberían tener estos sitios de tolerancia? ¿Quién responde por las cuatro muertes inútiles? ¿Y qué harán todos -medios de comunicación, fiscales, dueños de moteles- para evitar que esto suceda de nuevo?

Habrá que esperar el seguimiento noticioso. Por el momento lo que más interesaba ya se descubrió: los nombres de los infieles y las locas, y en lo más profundo de los anti infidelidades y las anti locas, las cuatro muertes les dará la paz que solo el castigo ejemplarizador puede dar…

Que su memoria, sus esposas, sus padres, sus hijos, sus primos y amigos… ¡que todos se jodan!