lunes, noviembre 22, 2010

Prejuicios sobre la sala de redacción

Mi padre se hizo fotógrafo por amor: adolescente, se enroló en un conocido estudio cuencano buscando la oportunidad de enamorar a mi madre, que laboraba en ese lugar.

Por eso nunca pasó por el colegio; decidió seguir una maestría en la universidad de la vida. Sesenta años después, inauguraba una exposición de su trabajo en blanco y negro: la selección de lo mejor de su archivo de seis décadas sobre el patrimonio edificado de Cuenca.

En aquella reciente exposición, y por primera vez en las más de diez muestras realizadas, se contactó a un curador, experto en arte, dueño de una galería y con estudios formales en la materia.

Mientras el curador seleccionaba las obras, teorizaba sobre el manejo cromático, las líneas y sus proyecciones, la composición, los planos, la luz… Y a cada comentario académico sesudamente argumentado, mi padre fruncía el ceño y mostraba un rostro de incertidumbre.

“Nunca he pensado en esos efectos, pero si él lo dice, así ha de ser”, comentó en voz baja para no indisponer al crítico que miraba, analizaba y reflexionaba –con especulaciones, a ratos– sobre cómo había sido tomada la fotografía que a mi padre le costó solamente calcular luz y velocidad, cerrar el ojo izquierdo, apuntar y disparar.

Esa sensación de incertidumbre paterna ante el discurso académico se me vino a la memoria esta semana cuando asistí a un encuentro de “actores sociales” y promotores de universidades y organismos no gubernamentales, reunidos para hablar del papel del periodismo en el Ecuador y los “elementos para una lectura crítica de la prensa”.

Absorto, escuchaba un discurso que deshilvanaba complicados tejidos de supuestas “relaciones entre periodismo, estatus quo y stablishment”. Conclusiones que, sin dar oportunidad a la duda, mostraban una prensa como herramienta para mantener intacto el poder económico de este país.

De todos los asistentes, fui el único que nunca se percató de aquello, pese a que por 15 años había estado dentro de redacciones de diarios nacionales, regionales y locales.

Casi se podía concluir, como una verdad indiscutible, que la planificación al interior de las redacciones de todos los medios privados, sirven para trazar una agenda que “dé soporte al poder constituido”. Que pone en escena un país ficticio que lo único que pretende es “excluir a la sociedad y sus grupos organizados: niños, mujeres, ONG, trabajadores, obreros…”.

Generalizaciones –no todas– y argumentaciones desde fuera –la mayoría– construyeron una realidad acomodada al discurso teórico, sociológico y hasta político-reivindicativo en torno a unos medios privados, en realidad internamente desconocidos por los interpelantes.

Mi reflexión fue que, mientras se sigan construyendo conceptos con argumentos prejuiciados y sin una mínima verificación experimental, la polarización y divorcio entre medios privados e instituciones –que buscan despliegue en esos mismos medios–, será cada vez más peligroso y perjudicial.

Quizá cuando se considere en el debate el afán constructivo de la agenda de las salas de redacción de la mayoría de medios privados, donde obreros de la palabra se juegan 25 horas al día por un producto altamente perecible, se dará el espacio de respeto, tolerancia y aceptación mutua en la búsqueda de consensos.

Todo lo demás, es especulación.

Artículo publicado en EL UNIVERSO