martes, noviembre 24, 2015

El Tiempo de El Telégrafo

  Seguramente no fue el mejor momento para que trascendiera la noticia de una compra que se la venía cocinando desde hace más de un año. Y sí, sí es un tema que genera conflictos con la legitimidad en el hecho de acumular medios como si se tratase de un monopolio mediático privado; como si el espíritu de la ley no fue siempre combatir eso.

Esta semana diario El Mercurio, competencia directa de ElTiempo, publicó con un gran despliegue la “noticia” de la venta del matutino a El Telégrafo revelando, desaprensivamente, incluso hasta los integrantes y montos de las participaciones accionarias familiares. Y pese a los argumentos –algunos realmente hilarantes– esgrimidos en redes y blogs sobre las razones de la transacción, Cuenca pierde el que fue un enorme espacio para el buen periodismo y quizá su mejor escuela para verdaderos cultores del oficio.

En la historia de la ciudad –fue fundado el 12 de abril de 1955– El Tiempo ha jugado un papel preponderante: semanario, interdiario, diario; vespertino, matutino… Siempre innovó. Fue el primer medio del país en imprimir en frío, con el sistema offset. El primero full color en la región. Y en su mejor época se ha alzado con varios premios: varios Jorge Mantilla Ortega, uno internacional sobre becas de investigación periodística; otros más por calidad de impresión y diseño…

Contrario a lo que se presenta como su sino, siempre estuvo alejado del poder y ninguno de sus directivos estuvo vinculado a partido alguno o a cargo público de elección popular o designación directa. La familia propietaria se retira con la frente en alto de la difícil tarea de sostener un medio impreso en épocas del inmediatismo, la digitalización, el like y los 140 caracteres.

Mi relación con este medio se inició hace más de 40 años. Mi padre fue uno de sus fotógrafos y juntos escribieron verdaderos hitos del periodismo: el hallazgo de los aviones accidentados, tan frecuentes en la década de los años setenta; la denuncia social en las calles de la ciudad en los ochenta; las huellas del progreso en los noventa. Tras mi paso por la facultad, El Tiempo fue la especialización, posgrado y doctorado.

Allí se cumplía aquella premisa de que “el periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”. Mi última cobertura en este medio, como freelance, fue el terremoto de Chile de febrero de 2010. Fue de aquellas escuelas que te empujan: gracias a esa formación muchos traspasamos la provincia, fuimos a medios importantes; de hecho, no hay periodista que no haya salido de Cuenca sin antes pasar por El Tiempo.

Ahora El Tiempo es de El Telégrafo. Y como el decano, que hace intentos por mantener una agenda propia, su dependencia del poder será innegable, porque los financia. Y el oficio habrá perdido espacios creíbles.

La apuesta por un periodismo público –la venta es una consecuencia de que las empresas periodísticas con un modelo privado ya no son negocios lucrativos ni otorgan, incuestionablemente, poder– es tan real como las nuevas condiciones de la comunicación digital y la viralización en redes sociales, donde nadie paga y todos exigen, cuestionan, reclaman, manipulan, aportan, participan, interactúan.


Es decir, tener verdaderos espacios de debate público dependerá de que nosotros, los de a pie, participemos en el modelo público. Y ojalá así tengamos la prensa que necesitamos.






 ARTÍCULO PUBLICADO EN EL UNIVERSO