Seguramente no fue el mejor momento para que trascendiera la
noticia de una compra que se la venía cocinando desde hace más de un año. Y sí,
sí es un tema que genera conflictos con la legitimidad en el hecho de acumular
medios como si se tratase de un monopolio mediático privado; como si el
espíritu de la ley no fue siempre combatir eso.
Esta semana diario El Mercurio, competencia directa de ElTiempo, publicó con un gran despliegue la “noticia” de la venta del matutino a
El Telégrafo revelando, desaprensivamente, incluso hasta los integrantes y
montos de las participaciones accionarias familiares. Y pese a los argumentos
–algunos realmente hilarantes– esgrimidos en redes y blogs sobre las razones de
la transacción, Cuenca pierde el que fue un enorme espacio para el buen
periodismo y quizá su mejor escuela para verdaderos cultores del oficio.
En la historia de la ciudad –fue fundado el 12 de abril de
1955– El Tiempo ha jugado un papel preponderante: semanario, interdiario,
diario; vespertino, matutino… Siempre innovó. Fue el primer medio del país en
imprimir en frío, con el sistema offset. El primero full color en la región. Y
en su mejor época se ha alzado con varios premios: varios Jorge Mantilla
Ortega, uno internacional sobre becas de investigación periodística; otros más
por calidad de impresión y diseño…
Contrario a lo que se presenta como su sino, siempre estuvo
alejado del poder y ninguno de sus directivos estuvo vinculado a partido alguno
o a cargo público de elección popular o designación directa. La familia
propietaria se retira con la frente en alto de la difícil tarea de sostener un
medio impreso en épocas del inmediatismo, la digitalización, el like y los 140
caracteres.
Mi relación con este medio se inició hace más de 40 años. Mi
padre fue uno de sus fotógrafos y juntos escribieron verdaderos hitos del
periodismo: el hallazgo de los aviones accidentados, tan frecuentes en la
década de los años setenta; la denuncia social en las calles de la ciudad en
los ochenta; las huellas del progreso en los noventa. Tras mi paso por la
facultad, El Tiempo fue la especialización, posgrado y doctorado.
Allí se cumplía aquella premisa de que “el periodismo, como
la prostitución, se aprende en la calle”. Mi última cobertura en este medio,
como freelance, fue el terremoto de Chile de febrero de 2010. Fue de aquellas
escuelas que te empujan: gracias a esa formación muchos traspasamos la
provincia, fuimos a medios importantes; de hecho, no hay periodista que no haya
salido de Cuenca sin antes pasar por El Tiempo.
Ahora El Tiempo es de El Telégrafo. Y como el decano, que
hace intentos por mantener una agenda propia, su dependencia del poder será
innegable, porque los financia. Y el oficio habrá perdido espacios creíbles.
La apuesta por un periodismo público –la venta es una
consecuencia de que las empresas periodísticas con un modelo privado ya no son
negocios lucrativos ni otorgan, incuestionablemente, poder– es tan real como
las nuevas condiciones de la comunicación digital y la viralización en redes
sociales, donde nadie paga y todos exigen, cuestionan, reclaman, manipulan,
aportan, participan, interactúan.
Es decir, tener verdaderos espacios de debate público
dependerá de que nosotros, los de a pie, participemos en el modelo público. Y
ojalá así tengamos la prensa que necesitamos.